Este mes entrevistamos a Pere Vila, proyeccionista de cine que nos habla de su trabajo, casi en peligro de extinción, y de los cambios que ha sufrido el sector con la llegada del digital. Vila nació en 1951 en Molins de Rei y siempre se ha dedicado a la proyección de cine. Además, tiene una empresa audiovisual llamada Pere Vila Audiovisuals S.L. que ofrece todo tipo de servicios relacionados con las proyecciones audiovisuales.
La profesión de proyeccionista es casi desconocida para las personas que disfrutan del cine. ¿En qué consiste tu trabajo?
No tiene nada a ver la profesión que hemos conocido durante estos años de cine con película física que ahora en la era digital. Hay una diferencia abismal. Hoy en día el proyeccionista no va ni a la cabina. Desde un despacho se ejecuta todo el trabajo, por así decirlo, a través de informática, con la ingestión de las películas al servidor y al proyector. Lo único que se hace, de vez en cuando, son las revisiones del proyector. Antes, el proyeccionista era una persona que se encargaba de la película una vez llegaba, la repasaba, montaba los diferentes rollos que había y luego se revisaba el formato, el estado de la copia, la perforación... Después se hacía una prueba y se proyectaba. Hoy en día, es un disco duro que ingestas en un servidor y todo el trabajo que viene después es informática.
El oficio ha cambiado mucho en estos años, ¿cómo has vivido el cambio de los 35 mm a digital? ¿Cuáles han sido los retos desde tu experiencia?
Yo venía de un mundo analógico, en el cual, todas las cosas se podían tocar: la película, la máquina,...y ahora todo es informática y te tienes que poner al día a nivel informático, conocer todos los sistemas de proyección que hay, formatos, programas, etc. Antes al ser físico, lo podíamos tocar y arreglar. Se estropeaba una correa o se tenía que cambiar una lámpara y en un momento lo hacías y continuaba la sesión. Ahora si se estropea, no puedes continuar con la proyección. Si cualquier pieza del proyector falla y tienes que suspender la sesión, no puedes arreglarlo. Primero, porque no sabes qué se ha estropeado del proyector. Segundo, que tener recambios de cada pieza del proyector y que sean factibles de estropearse, es muy difícil porque son muy caras.
Ahora eres informático y no operador. La magia del cine se ha perdido totalmente. Ya no está el proyeccionista siempre en la cabina, mirando si se enfoca bien la película, si se rompe, si pasa cualquier cosa. El operador siempre estaba pendiente. Ahora, es un trabajo muy mecánico y es muy fácil que con cualquier problema que te encuentres, como que se pare la película o se quede muda, te quedes tirado.
¿Sobrevive todavía el cine en 35 mm?
Muy poco. Hacemos una película al año en un cineclub en Gavà. Y, muy esporádicamente, alguien nos pide algo clásico. Quizás en estos diez años del cambio de 35 mm a digital, hemos hecho solo siete u ocho películas en 35 mm.
Proyectar una película es un trabajo de mucho de detalle y de mucha atención, muy preciso y meticuloso, ¿qué cualidades tenía que tener un buen o una buena proyeccionista?
Primero que le gustara el trabajo, porque no es un trabajo mecánico, tienes que tener cuidado de lo que estás haciendo. Por ejemplo, tratar bien la película o que, a la hora de cargarla en el proyector, esté siempre limpio... o tener los objetivos correctos a la hora de pasar la película, porque no es cómo con el digital que con un mismo objetivo le cambias el formato y todo va a través de informática. Con 35 mm tienes que tener los objetivos adecuados para cada película y más, si se hacen proyecciones como nosotros hacíamos al aire libre. Cada sesión era una sala diferente con distancias y ópticas focales diferentes. Normalmente, tus manos y tú son las que ejecutan todo el trabajo para que la gente pueda disfrutar del cine.
Tu vocación de proyeccionista nació cuando eras muy pequeño. ¿Cómo fue?
Mi abuelo me llevó al cine con seis años. Tenía un amigo que era operador de una cabina y fuimos a verlo. Pasaban la película Pinocho. Me acuerdo que hubo un momento en el que se quemó la película y él, muy ágilmente, rompió el trozo que se quemó, unos cuántos metros de película que cayeron al suelo. Aquello me impresionó mucho. Y siempre que iba al cine con mi abuelo le decía que quería ir a la cabina a verlo. A los ocho años, mis padres me preguntaron que quería para reyes y yo pedí una máquina de hacer cine. Porque aquella magia que a través de un aparato se puedan ver imágenes siempre me había gustado. Y esto hizo que a los 14 años empezase a hacer cine en un centro parroquial en Molins de Rei. El año 1966 se compró un proyector y yo fui de los primeros que lo hicimos funcionar en 35 mm. Me acuerdo perfectamente con El gato del FBI de Disney con el actor Dean Jones. Fue la primera película con la que aprendí a hacer cine y a partir de aquí hice de operador.
¿Cómo fue esta primera experiencia?
Bastante difícil y con mucho miedo (risas), porque era una película que se proyectaba con una máquina de carbones. Todavía no había lámparas de xenón como los últimos años. Normalmente, una película duraba una hora y media, pero los carbones no duraban toda la película. Al cabo de una hora tenías que cambiar el carbón y esto requería una experiencia muy hábil para no tener que parar la máquina y claro, nosotros no lo sabíamos hacer. Pasamos los rollos, las tres partes que había en un rollo y cuando acabaron, hicimos una media parte, paramos y empezamos con el siguiente después de cambiar el carbón. Más adelante, ya vimos que esto era un problema, porque tenías que ser muy buen profesional y tener mucha habilidad para cambiar el carbón en marcha. Y después de un año, pedimos una máquina con lámpara de xenón, para no tener que utilizar carbones.
Además, las máquinas no estaban preparadas para cambiar de rollo sin parar la proyección, como pasaría más adelante que las películas se montaban en un rollo de 4.000 metros y se podía pasar en continuidad. Para no parar la proyección, cada dos partes de la película echábamos los 20 o 30 últimos metros que quedaban al suelo, empalmábamos el final de un rollo con el otro, volvíamos a poner la película y cuando volvía a pasar por la máquina la sacamos por debajo. Antes las máquinas no estaban pensadas para pasar toda una película seguida, sino para tener dos máquinas y cada máquina con un rollo. Cómo esto valía mucho dinero en aquel entonces, no todos los cines tenían dos y se las tenían que ingeniar para poder pasar toda la película con una máquina.
¿Fue esta tu formación como proyeccionista?
Me enseñó un señor que era unos 10 o 12 años más mayor que yo. Todavía está vivo. Es el señor Marín de Molins de Rei. Él me introdujo en la profesión. Me enseñó cómo se montaban las películas, lo que eran los formatos, las ópticas...fue mi padre, por así decirlo, en la profesión.
¿Cuándo y por qué creaste tu empresa Pere Vila Audiovisuals S.L.?
Antes de esto, desde siempre mi ilusión era hacer cine. Un día, uno de los porteros del cine me explicó una historia de desamor y quise que quedara plasmada en una película. Y de los años 72 al 74 hice muchas películas en cine amateur y de super8. Esto hizo que no solo viera el cine desde la vertiente de proyeccionista sino también la creativa. Después, estudié en la escuela de cine durante tres años y empecé a hacer mis primeras películas con 16 y 35 mm. Hice un largometraje y estuve cinco años en la profesión.
El año 86, en aquella época el cine vivió una crisis bastante fuerte a través de la exhibición, fue cuando dejé el cine profesional. Siempre he pensado que, si una persona tiene que dedicarse a algo, tiene que conocer su profesión. Y desde los 14 años, esta profesión de proyeccionista, la conocía. A partir de aquí, creamos la empresa de servicios audiovisuales que primero era de 35 mm y dábamos servicio en verano con el cine a la fresca y en invierno a muchos cineclubes que les hacíamos las proyecciones. Y hasta ahora.
¿Qué servicios ofrecéis?
Nos hemos adaptado a las circunstancias y el tiempo. Antes era todo en 35 mm. Hacíamos la gestión de los derechos de la película, la llevábamos, la proyectábamos e incluso, en algunos cineclubes buscábamos gente para hacer foro de la película. Esto era un atractivo más que podías dar al cliente. En este tiempo, el servicio que hacemos ha cambiado con los sistemas de proyección. Al principio con el DVD, después con el Blu-ray y ahora con el digital. A lo que nos dedicamos mucho a lo largo del año es a la gestión de derechos. El cine de 35 mm lo podías hacer tú y poca gente más si no tenía estas máquinas móviles para proyectar. Hoy en día, todos los centros culturales o teatros han comprado su proyector y su pantalla y se lo hacen todo ellos. La profesión de proyeccionista ambulante desaparece. Y solo se basa ahora en festivales de cine y el cine a la fresca en verano, porque mucha gente no tiene proyectores móviles. El resto del año nos especializamos en la gestión de derechos. Por ejemplo, un ayuntamiento quiere pasar una película, nosotros hacemos la gestión de los derechos, le facilitamos el archivo digital y por este trabajo cobramos una comisión. Aparte de hacer alguna sesión de cineclub en formato digital, hoy en día es el DCP. Nosotros tenemos tres aparatos para dar este servicio. Es lo mismo que antes era 35 mm. No todo el mundo puede hacer cine en DCP o 35 mm, pero en digital, con un archivo que no sea encriptado o en Blu-ray, lo puede cualquiera. Pero en el caso del DCP, solo lo podemos hacer pocas empresas en Cataluña.
¿El DCP es más ventajoso o tiene más problemas que por ejemplo el 35 mm o el digital? ¿Cuál es la diferencia?
Es ventajoso en el aspecto que las copias no se deterioran. Esto se tiene que reconocer. Antes hacías una película y al cabo de seis o siete meses la encontrabas rayada, que el sonido había desaparecido... Había una serie de desventajas que con el DCP ya no tienes. En cuanto a calidad de proyección, el DCP actualmente el que llamamos 2K y que es el 90% del cine y el sistema que impera, no tiene la misma calidad que los 35 mm ni de sonido ni de imagen. 35 mm equivaldría a entre unos 5K o 6K de calidad de resolución de imagen y la resolución del DCP se asemeja mucho al Blu-ray.
La otra ventaja que tiene es que antes una copia en 35 mm valía 3.000 o 4.000 euros y ahora un DCP cuesta 20 euros. Cuando acababas con la copia en 35 mm la tenías que quemar y esto tenía un coste. Y aparte de que es carísimo, para amortizar la copia tenías una serie de gastos asociados muy grandes. Hoy en día, al cabo de tres meses la distribuidora la borra y pone otra. Este es un sistema muy práctico y económico para las distribuidoras. Pero si miramos atrás lo qué era antes ver cine con calidad, con un buen sonido Dolby digital, hoy en día todo esto se ha perdido porque el cine cada vez se ha convertido más en un producto de usar y tirar, como la televisión. La gran mayoría de películas, la que has visto hoy de aquí a tres meses ya no te acuerdas a no ser que sea una obra muy trascendente.
Todo el sistema se ha ido adaptando a esta manera de hacer de la televisión. El sistema de emitir ha ganado a lo que es la gran exhibición del cine. Y el cine, como lo hemos conocido, cada vez tiene menos futuro. A través de la pandemia y las plataformas se ha asumido cada vez más: consumir al gusto de cada cual y en el momento que cada persona quiera. En cambio, el cine si querías ir a ver una película tenías que ir aquel día, a aquella hora, a aquel lugar. A las salas llegará el gran espectáculo y habrá pocas en Barcelona. Este cine lo harán dos o tres semanas y después, lo pondrán en las redes como ya están haciendo ahora algunas multinacionales. Y todo lo que son las pequeñas salas de exhibición irán desapareciendo, porque hoy en día no es rentable por el coste que representa el mantenimiento de estos aparatos. Un aparato de DCP vale 40 o 50 mil euros. Nadie te garantiza que lo tengas para toda la vida. Se estropea una tarjeta o el servidor y ya es mucho dinero. Y si haces números, en cuánto tiempo tardarás en amortizar esto, no te salen. Para los pequeños empresarios es una ruina. Para los grandes no, porque estrenan la película y si es buena hacen mucho dinero aquellas dos o tres semanas, porque van a porcentaje con las distribuidoras, pero los pequeñitos que van a tanto alzado, el coste que esto representa es ruinoso.
¿Has dicho antes de que las películas de 35 mm se quemaban?
Cuando una copia de una película cumplía cinco años, que era el tiempo legal de exhibición, se llevaban con un camión a un crematorio o las destruían a golpes de hacha si no las podían quemar. Para que la gente no las pudiera utilizar. Además, al abrirse el mundo del digital, las grandes distribuidoras se han ahorrado muchísimo dinero, pero también han perdido muchísimo. Antes tenías una película en 35 mm y hasta después de un año no se hacía el DVD o Blu-ray, tenías aquel año de margen para que quien quisiera verla con un mínimo de calidad la tenía que ver, indudablemente, en el cine. Hoy en día al ser digital, al cabo de una o dos semanas ya las tienes en las plataformas. La gente la puede ver en el ordenador con la misma calidad que se está exhibiendo en el cine. Los empresarios pequeños que nos dedicábamos a hacer cine en las salas teníamos al menos la calidad de los 35 mm durante un tiempo, pero hoy en día esta calidad no la tenemos. Mucha gente, cómodamente, prefieren verla en casa en la gran pantalla de la televisión y ya no van al cine. Y esto también ha hecho que cada vez más el cine sea una segunda opción. Y que, según qué película, si no la ves en el cine no la aprecias. Pero estas son contando con los dedos de la mano.
Ya no se podrán encontrar aquellas joyas ocultas del cine perdidas que se pueden encontrar buscando las copias.
Esto lo harán las filmotecas que siempre estarán. Creo que perdurarán las filmotecas, salas como el Phenomena o de cine de autor y algunas salas especializadas en estrenos de grandes producciones que llevan los Indiana Jones, las de Marvel,...Estas continuarán siempre, pero el concepto de cine que hemos conocido hasta ahora de gran público, esto irá menguando y se canalizará todo hacia las plataformas.